Nº Breve: 09/2022
“Si pudiéramos cambiar nosotros mismos, las cosas en el mundo también cambiarían” (M. Ghandi)
Recientemente nos referíamos a la crisis ecosocial y al tipo de mirada que va surgiendo como respuesta a ella. En esta ocasión abordamos la cuestión del cambio organizacional, es decir, el desafío estructural para las organizaciones, también en ese contexto; y remitimos a la lectura del breve sobre ética ecosocial, recientemente publicado[1].
¿Por qué hablar del cambio?
El cambio es un dato de la realidad y un asunto permanente para las organizaciones. La vida implica cambio, la sociedad humana también. Pero en el momento actual los cambios que se están produciendo, por su dimensión y velocidad, nos piden una atención especial y un planteamiento profundo. El mundo es complejo y no resulta fácil entender lo que ocurre, ni, por lo tanto, orientarse en medio del cambio.
La gestión del cambio es una preocupación recurrente para las organizaciones. Es una pregunta imprescindible cómo situarse ante el cambio desde un punto de vista adaptativo, pero no sólo eso: también es necesario preguntarse para qué cambiar. El concepto “gestión del cambio” procede de una combinación de análisis sistémico en psicología grupal y de procesos de liderazgo y gestión empresarial. En la actualidad se relaciona con las necesarias adaptaciones de las organizaciones en el entorno, y con frecuencia tiene que ver con su sostenibilidad. Pero a un nivel más profundo, las organizaciones sociales, que tienen vocación de agentes de cambio, han de preguntarse cómo cambiar ellas mismas para poder materializar la transformación social que definen y que proponen. Más allá de un asunto coyuntural de acceso a los recursos, se ven desafiadas por un gran cambio en el mundo y en el modo de vida humana (entendida en términos globales como humanidad, porque ya no podemos concebirnos sino como ciudadanía global). Y estos cambios en lo global se reflejan en lo local de manera cotidiana, desde los objetos hasta los conceptos y las cosmovisiones.
Tenemos, pues, el desafío de situarnos ante la realidad del mundo con la dificultad de comprender la totalidad de los cambios y la complejidad de los mismos, la forma en que afectamos al cambio global y en que éste nos afecta en el nivel micro y meso. Por eso, la pregunta por el cambio (estructural y transformador) no viene de un imperativo de innovación, ni por destacarse frente a otros, sino desde la identidad, la necesidad, la vocación transformadora y la escucha a la realidad.
Aproximaciones al cambio
Una de las formas de nombrar este cambio es “metamorfosis[2]”: algo totalmente nuevo, desconocido, incierto, imprevisible y con efectos secundarios incontrolables. Sin embargo, somos responsables de estos efectos secundarios, que se derivan de nuestra intervención en el mundo, y sobre los que tendremos que decidir. Ulrich Beck plantea en su libro “La metamorfosis del mundo” que los cambios actuales son cambios de cosmovisión: la imagen del mundo, la representación del mundo y, por lo tanto, la manera de estar en él, se están modificando para todas las personas. Y esto, no porque los cambios sigan un programa o porque alguien se lo haya propuesto, sino como efectos secundarios de las intervenciones humanas. Pone como ejemplo la fecundación in vitro, que ha transformado profundamente el concepto de maternidad aunque ése no fuera el propósito de los científicos que descubrieron cómo hacerlo. Del mismo modo, muchos cambios sociales de las últimas décadas afectan al mundo entero de maneras imprevisibles, y esto seguirá ocurriendo con los efectos del cambio climático (que también implicarán cambios sociales y políticos).
Pero aunque estos cambios sean imprevisibles podemos situarnos ante ellos de manera activa, trabajar e intervenir para que sucedan en condiciones de igualdad, de participación y de comunidad. No es imprescindible vivir en condiciones de injusticia. La actual distribución global de los riesgos y las amenazas separa a los que producen los peligros de aquellos que los sufren. Resulta así que vivimos en un mundo desigual, y los daños se reparten desigualmente. Y en esto sí que tenemos algo que hacer: podemos afrontarlos desde una normatividad de justicia y no de desigualdad.
En este tiempo es preciso contemplar la desigualdad no solo en la distribución de los bienes (renta, educación, salud, prosperidad, protección social) sino también en la de los males (riesgo climático, riesgo financiero, radiación nuclear). Según Beck, en el siglo XX se han vivido experiencias (guerras, holocausto, bomba atómica) que han producido un choque antropológico, una huella profunda en la conciencia colectiva. El resultado de estas experiencias ha sido la ética del “nunca más”, y una reflexión sobre una nueva forma de estar en el mundo. Ahora vivimos en una expectativa global de igualdad. La desigualdad está puesta en cuestión, no está legitimada. Para ello Beck propone un encuadre (y una metodología) cosmopolita, no limitada al ámbito nacional. Un abordaje de nuestros problemas considerados siempre como problemas del mundo, con mirada de ciudadanía global.
Otra forma de nombrar este momento de cambio es “crisis”. Y la crisis actual es una crisis ecosocial, como apunta Yayo Herrero[3]: afecta a todos los seres vivos en su interacción sistémica. La humanidad se ve ante un desafío crítico, el denominado cambio global, (conjunto de transformaciones socioambientales que incluyen el cambio climático, pero que no se reducen a él, al incorporar también otros muchos procesos interrelacionados). Este cambio amenaza con alterar sustancialmente las condiciones necesarias para sostener la vida humana tal y como hoy la conocemos. El deterioro ecológico y social, que es el mismo, tiene raíces culturales y económicas. Según el informe FOESSA 2019, “no hay varias crisis, una ecológica, otra social, etc. Hay una única y compleja crisis ecosocial que demanda otras formas de economizar y repensar las ideas de la justicia social y ambiental[4]”. Por ello se dice también que estamos en una crisis civilizatoria. La civilización industrial capitalista en apenas dos siglos de existencia ha situado a la humanidad en una encrucijada al socavar las bases sociales y naturales sobre las que sostiene su idea de progreso. Las formas de organización de la vida humana afectan a la biosfera tanto como a las sociedades. La globalización, los cambios medioambientales y las crisis económicas y financieras están causando importantes transformaciones sociales que provocan el aumento de las desigualdades, la extrema pobreza, la exclusión y la negación de los derechos fundamentales[5]. La vida siempre ha sido incierta, pero ahora hay nuevos riesgos con interacciones imprevisibles. A las tradicionales fuentes de incertidumbre (precariedad económica, amenazas naturales, discriminación y violencia) se añaden ahora el deterioro planetario y su interacción con las desigualdades, la transición energética de las sociedades industriales y la polarización política y social (aumentada por el uso de las tecnologías digitales).
Qué hacer ante el cambio
Aunque el cambio sea inevitable, no significa que no podamos hacer nada; al contrario, hay mucho que hacer. En la creación de alternativas, en el fortalecimiento del tejido social, en el cuestionamiento interno, en la preparación para la resiliencia (vivir con menos, vivir cuidando, vivir mejor, estar a favor de la vida). Las organizaciones, agentes de cambio que también están en proceso de cambio ¿qué quieren o pueden hacer a favor de la vida y de la creación y mantenimiento de sistemas de vida, de sostenibilidad de la vida?
El cambio hace necesario encontrar respuestas apropiadas y también capacidad de decidir qué valores queremos conservar. Situarse ante el cambio implica definirse para hacer posible la realidad que esperamos. Es, pues, un ejercicio de adaptación, de conservación y creación, de compromiso y de coherencia. Y, para ello, las organizaciones sociales han de preguntarse cómo son y cómo quieren ser, cómo lo que son contribuye a transformar la realidad. No solo en cuanto al hacer, sino también en las formas de organizarse, de decidir, de valorar, de priorizar y de sentir colectivamente. El cuestionamiento institucional es parte de la transformación social, porque no somos ajenos a los procesos del mundo: transformar la realidad implica transformarse.
¿Qué pueden decirse hoy las organizaciones del tercer sector sobre su modo de ser, de organizarse y de plantear un modelo de sociedad? ¿Cómo pueden responder a este desafío global?
En primer lugar, que es relevante preguntarse sobre ello; sobre su constitución interna y sobre su presencia externa. Las organizaciones son agentes de ciudadanía global en el entorno local. Y se les plantean tareas tales como:
- A) Prevenir el sufrimiento, mitigar el impacto de las crisis, generar resiliencia. Esto es, ampliar las capacidades humanas de bienestar, de libertad y de actuación. Esto implica también tener organizaciones fortalecidas y flexibles que sostengan el impacto de cambios imprevisibles.
La incertidumbre aumenta la desconfianza de unas personas en otras y genera polarización política y social y parálisis en la intervención. ¿Cómo podemos contribuir a aumentar la confianza y disipar la incertidumbre?
Si trabajamos para otras personas en una realidad de cambio constante hemos de ser capaces de acompañar en el cambio y en sus consecuencias. El mundo actual nos somete a procesos de cambios continuos y simultáneos, y hay que tomar en cuenta el impacto de esta sucesión de cambio continuo (desorientación, inseguridad, impotencia, miedo…). En este contexto, el equilibrio mental y la resiliencia son esenciales para el desarrollo humano. El sufrimiento mental (vinculado a la inseguridad) impide convertir los recursos en logros, desarrollar nuestro pleno potencial y llevar una vida con sentido. Para afrontar el cambio constante hace falta madurez, lucidez, aceptación, energía y flexibilidad. Hace falta aceptar y acoger las pérdidas, y decidir sobre las posibilidades. Hace falta orientarse y orientar en medio de la incertidumbre. ¿Cómo prepararnos para ello?
- B) Abordar lo sistémico y estructural. Ante los acontecimientos imprevistos y graves las organizaciones sociales han reaccionado de manera rápida para dar respuestas a los nuevos problemas. Las actitudes ante el cambio no han sido de resistencia ni de indiferencia, sino de resiliencia, empatía, creatividad y aceptación. Esto lo pudimos comprobar durante los momentos más complejos de la pandemia, cuando las organizaciones respondieron desde la innovación y resiliencia[6]. Pero somos conscientes de que la situación de crisis civilizatoria va más allá de las emergencias puntuales. Nos encontramos en un complejo de incertidumbre que nos demanda un cambio sistémico: en la economía, en los acuerdos sociales, en las políticas, en las normas, las creencias y los valores. Nos hace falta revisar el enfoque, la cosmovisión. El desarrollo de una perspectiva en forma de cosmovisión integrada constituye un paradigma: una comprensión de la realidad desde el nivel de conciencia que permite ese paradigma en cuestión. Nos toca clarificar el propio paradigma y comprobar si es el más adecuado para el momento que estamos viviendo. ¿Cambiamos para seguir o cambiamos para evolucionar?
En la actualidad, varias entidades están buscando formas de avanzar en su propia transformación, enfocándose desde nuevos paradigmas, como pueden ser:
-Referencia al interior (desarrollo personal, paradigma teal, educación popular, singularidad): la clave -del saber, del poder, del hacer- no está fuera.
-Vida en el centro (ecofeminismo, ética ecosocial): abandono del paradigma patriarcal, capitalista y productivo. Interdependencia y cuidados.
- C) Integrar las polaridades: Edgar Morin[7] planteaba ya en 2011 que el proceso de cambio global va a requerir integrar algunos elementos que actualmente vivimos como opuestos. Esto también plantea preguntas en el tercer sector. ¿Cómo pueden las organizaciones contribuir a esta integración? Algunas de esas polaridades que se pueden integrar son:
–Globalización/desglobalización. La dimensión de la comunicación y los procesos culturales es actualmente planetaria; y simultáneamente requiere impulsar el desarrollo local (economía local, participación comunitaria, servicios de proximidad). Las organizaciones, desde su ubicación territorial, son agentes de cambio local a la vez que han de tener en cuenta la dimensión global de la ciudadanía (y de sus derechos y desplazamientos) y del impacto de la intervención. La pregunta para las organizaciones sería cómo nos afecta y cómo afectamos a lo global y a lo local.
–Crecimiento/decrecimiento. El crecimiento de servicios, de energías verdes, de transporte público, economía social y solidaria, urbanismo humanizador, agricultura tradicional y biológica, iría acompañado del decrecimiento del afán productivista, del consumo, de los objetos de un solo uso, de los alimentos industrializados, del dominio de los intermediarios, del transporte por carretera. La pregunta para las organizaciones sociales sería en qué crecer y en qué decrecer.
–Desarrollo/involución: integrar un desarrollo limitado de los bienes, la producción y la rentabilidad con un desarrollo pleno de las personas, en la escucha a sus necesidades, en tolerancia y comprensión, en solidaridad y compasión. Y volver hacia dentro, hacia la propia cultura y comunidad, hacia la calidad poética y estética del vivir. Un desarrollo que equilibre la autonomía personal y la dimensión comunitaria. La pregunta para las organizaciones sería ¿qué estamos desarrollando en lo individual? ¿Y en lo colectivo?
–Conservación/transformación: el equilibrio sería poner a nuestro favor los saberes, conocimientos y prácticas del pasado para las necesidades actuales (energéticas, agrícolas, sociales, comunitarias). Conservar la diversidad de las vidas, las lenguas y las culturas en el planeta, a la vez que contamos con los descubrimientos que nos enriquecen. La pregunta sería ¿qué podemos tomar en cuenta de los saberes del pasado para ayudarnos en el futuro? Y también, en nuestras organizaciones, ¿qué pueden enseñar unas generaciones a otras?
Experiencias de cambio organizacional
Además de las preguntas y de los enfoques, en esta parte queremos incluir iniciativas de cambio organizacional que entendemos que contribuyen al cambio global desde la identidad propia del tercer sector social.
Algunas organizaciones se han planteado cambiar desde la revisión de su forma organizativa, de las relaciones al interior de la organización y de los presupuestos que guían esas relaciones. La vida interna de las organizaciones puede plantearse desde un crecimiento no cuantitativo, sino cualitativo: interdependiente, relacional; social, humano y colectivo. Estos cambios internos implican incluir la dimensión reproductiva, habitualmente invisibilizada y feminizada. Plantean el debate interno en cuanto a qué hacemos, cómo y por qué. Cómo nos relacionamos y cómo cuidamos a las personas. Y aprender a resolver conflictos al interior, incorporar realmente la diversidad. Cultivar grupos más inteligentes para situaciones cada vez más complejas. Desde hace varios años, un buen número de colectivos trabajan para desprenderse de los modelos patriarcales, productivistas y jerárquicos y generan procesos de trabajo enfocados desde el cuidado. Estos procesos suponen la deconstrucción de lógicas dominantes y fortalecen la vida en grupo, cuidando los vínculos y desarrollando fórmulas de resolución de conflictos. Se aspira así a la transformación del sistema, cuestionando las propias formas de hacer. Son las organizaciones habitables, que ponen la vida en el centro y funcionan de forma participativa, horizontal y en red.
Hay también organizaciones que han decidido transformar su modo de intervención, a partir de modelos que miran menos a la organización y más a las personas: el paradigma recovery[8], el modelo de atención integral centrada en la persona[9], la atención y el acompañamiento orientados desde la singularidad. En esta última propuesta, se toma en cuenta que “el lazo social se organiza, y se ha organizado siempre, en función de la particularidad de cada sujeto” y esto está en la base del proceso de intervención por el que se apuesta. Desde esta perspectiva, las prácticas institucionales han de ser flexibles, adaptarse a cada persona (a sus presencias y ausencias), “en un continuo de atención”.
La creación de un espacio social, pasa por organizar prácticas abiertas a la incertidumbre, a lo que hay de impredecible en cada vida humana. Frente a la normatividad habitual en las instituciones y prácticas sociales, la mirada de la singularidad propone generar espacios de intercambio y conversación, de acogida a la diversidad. Un espacio, un tiempo y un lugar en los que la persona pueda inventar su propia manera de ocupar un lugar en el mundo. También hace necesario que las instituciones puedan renunciar a saber de y desarrollar modelos de funcionamiento no jerárquico ni rígido, sino más suave y accesible.
Y otras organizaciones se plantean los cambios desde una inquietud evolutiva que les lleva a buscar referencias, estilos o enfoques de profundización; y esto se refleja en cambios en su modelo de gestión. Es el caso, por ejemplo, de las organizaciones que asumen el paradigma teal: éstas se plantean madurar en autogestión, en propósito interno o en la plenitud de sus miembros, y desde estas perspectivas cambian a estructuras más flexibles y orgánicas, a sistemas de decisión autogestionados o a incluir la integralidad de sus trabajadores y no solo su dimensión ejecutiva/cognitiva. En este paradigma se entiende que una organización es un sistema relacional, un organismo vivo, formado por personas, que no son “recursos”, sino agentes centrales de evolución, crecimiento y desarrollo. El fortalecimiento de las organizaciones tiene que ver con los procesos que las personas viven en ellas, con las formas en que deciden ser parte; y con los procesos que las organizaciones pueden y quieren desarrollar, alineadas con sus propósitos (equilibrando la dimensión productiva con el bienestar y plenitud de sus integrantes).
En resumen, al abordar estos tres núcleos de cambio buscamos contribuir a que las organizaciones encuentren el motor de cambio y el tipo de cambio que quieran desarrollar, desde una mirada profunda a la realidad, con la conciencia de que todo cambio contribuye al cambio colectivo: “aunque no se pueda cambiar nada, si yo cambio, todo cambia”.
Para terminar, os remitimos a la próxima jornada-taller que convoca el Observatorio, en la que abordaremos la cuestión del cambio, presentaremos estas tres posibilidades de cambio que ya se están dando en la experiencia, y abriremos un espacio para formular qué cambios queremos y en qué dirección. Podéis encontrar más información al respecto aquí: https://3seuskadi.eus/encuentro/jornada-taller-transformacion-cultural-en-las-organizaciones-por-que-y-para-que/
[1] https://3seuskadi.eus/breve/mirada-ecosocial-en-el-tercer-sector-social/
[2] U. Beck, La metamorfosis del mundo, Paidós 2017
[3] https://www.fuhem.es/2020/10/14/crisis-ecosocial-injusticia-ecologica-y-ciudadania-global/
[4] La crisis ecosocial global, VIII Informe FOESSA, 2019.
https://www.foessa.es/main-files/uploads/sites/16/2019/05/1.2.pdf
[5] Según resultados del Informe de Desarrollo Humano 202/2022, PNUD
[6] Puede consultarse el informe “El impacto del Covid-19 en las organizaciones del Tercer Sector Social de Euskadi”, disponible en: https://3seuskadi.eus/wp-content/uploads/Informe_COVID_19.pdf
[7] E. Morin, La Vía, Paidós, 2011
[8] F. Vidal, El paradigma recovery: los trabajos sociales de la libertad, UPC 2021
[9] https://www.fundacionpilares.org/docs/encuentro_PPT_Rodriguez.pdf