Autor/a: Observatorio Vasco del Tercer Sector Social
Nº Breve: 02/2023

Sin emoción no hay transformación

Somos emoción. La vida es emoción. La dimensión emocional es una parte constitutiva de los seres humanos[1].  H. Maturana describía “la biología del conocer y del amar”: los seres humanos somos intrínsecamente amorosos (sin amor no podemos vivir), el amor es un fenómeno biológico. Somos seres emocionales que buscan validar sus emociones racionalmente. Y todo lo que hacemos lo hacemos en el entrecruzamiento del lenguaje y la emoción. En la conversación es posible entenderse y lograr armonía, y ello requiere aceptar legítimamente la presencia de los otros, expresar y entender nuestras emociones, y las de nuestros interlocutores.

Desde lo psicológico, Punset[2] afirma que el amor es el sentimiento más determinante y el que más impacto tiene en nuestra capacidad de ser felices. El amor nos guía, nos da esperanza, nos entristece y nos mueve por encima de todo. C. Naranjo[3] (2007) distingue tres grandes formas de amor: un amor eros que se refiere a la dimensión afectivo-sexual; un amor agape que requiere desarrollar la empatía y el compromiso con el cuidado de las personas y el planeta; y un amor philia que tiene que ver con el reconocimiento y la admiración, con la amistad y la cooperación.

¿Por qué, entonces, está la emoción relegada a un segundo plano, como si se tratase de algo secundario o prescindible? ¿Tiene que ver con que históricamente las emociones se han asociado a las mujeres? Se les reconoce su validez en la vida cotidiana, en ámbitos de intimidad o especializados, pero no es una dimensión de peso en los procesos institucionales o en la agenda pública. O, al menos, no lo ha sido durante mucho tiempo. Las aportaciones del feminismo y el éxito del concepto  “inteligencia emocional[4]”  van dejando que se abra paso esa parte de nuestra identidad y revelando su peso político. Asimismo, las carencias o debilidades de nuestro sistema (la frágil salud mental de la población, especialmente la población joven; la presencia de relaciones violentas, tanto en el espacio doméstico como en el escolar; el incremento de la incertidumbre, la precariedad y la desigualdad social…) nos evidencian la necesidad de ocuparnos de las emociones. Se ha generalizado el uso de la palabra “resiliencia” (y esta sí que aparece en las políticas públicas, aunque con un significado reducido) desde la necesidad de sostenerse frente a la magnitud e intensidad de los cambios.  Y podemos observar que el fenómeno de la desconexión emocional (y, por ende, la incapacidad de reconocer al otro como ser humano) está detrás de muchas conductas violentas y antisociales. Quizá valga la pena detenerse un poco en reflexionar sobre su importancia, y en concreto en nuestro caso, de su importancia para la transformación social.

  1. Scharmer explica que actualmente estamos inmersos en una triple fractura[5]: ecológica (fractura de los seres humanos con la naturaleza), social (de los seres humanos entre sí) y espiritual o anímica (de los seres humanos consigo mismos). No podremos resolver la crisis global si no comprendemos la interrelación profunda entre estas tres dimensiones. Por eso, se ha propuesto, en paralelo a los ODS, un proyecto global sobre objetivos del desarrollo interior[6], como parte ineludible en el trabajo para la transformación global. Desde esta conciencia de interconexión entre los tres planos, entendemos que en el tercer sector la atención a la dimensión emocional es la cara interna de la transformación social.

En el tercer sector somos especialistas en la conexión emocional. Nuestro interés, nuestra inquietud y dedicación, es la comprensión de los demás y sus situaciones, la empatía, la relación. Desde aquí podemos reconocer las emociones como espacio de posibilidad, como dimensión a rescatar para reconocer y reforzar nuestra humanidad, nuestra capacidad de comunidad y de transformación social. No hay transformación social sin transformación de las personas, y no hay transformación personal que no pase por la emoción. Quienes están en la atención directa a personas lo saben: nuestros vínculos se tejen en la emoción, nuestros proyectos se mueven por la emoción, nuestras vidas tienen color e interés por la emoción. Y las emociones nos aportan la orientación y la energía que necesitamos para el cambio. Hablemos, pues, de emociones. De emociones y de transformación social.

Las emociones y la satisfacción de necesidades: dimensión preventiva

Nuestras emociones son una guía fiable para reconocer la realidad y poder así actuar sobre ella. Son los indicadores del nivel de satisfacción de necesidades[7]. Por ello, nos permiten ver cómo las personas y colectivos se posicionan ante la realidad[8].

Hay muchas formas de clasificar las emociones. Traemos aquí una de ellas, el círculo de las emociones de Russell[9]. Este autor sitúa las emociones en una disposición circular en torno a dos ejes: el eje placer/displacer y el eje activación/relajación. El eje emocional placer/displacer nos indica si nuestras necesidades están siendo satisfechas (emociones placenteras o agradables)  o no (emociones desagradables). En caso de que las emociones sean desagradables, nos impulsan a la acción, para lograr lo que necesitamos. Si las dos polaridades están equilibradas, hay estabilidad.

El eje activación/relajación nos indica el potencial activador de las emociones, puesto que algunas son portadoras de mucha energía, como la alegría o la rabia (tienden al movimiento), y otras, como la tristeza o la apatía, de menos cantidad de energía (tienden a la quietud).  Las emociones nos hacen saber cómo se relaciona el espacio interno con el externo (qué estamos necesitando), y nos orientan para saber qué hacer de acuerdo con lo que sucede (cómo transformar el entorno).

Las emociones son creadas por la satisfacción o insatisfacción de nuestras necesidades. Nos movilizan en dirección a lo que creemos, sentimos o entendemos necesitar. La satisfacción de nuestras necesidades requiere tanto de herramientas internas como de cooperación externa, en tanto somos seres interdependientes. También son el espacio de fortalecimiento del yo, que puede verse en oposición o en sintonía con el otro/el grupo, según sus necesidades se vean o no satisfechas.

A su vez, las emociones están relacionadas con el contexto social, que puede aportar los recursos suficientes para una vida con libertad y dignidad, o no hacerlo. La energía de las emociones puede ser utilizada para cambiar y mejorar las condiciones del contexto (resiliencia); en cualquier caso, se necesitan recursos para cambiar el contexto, crear posibilidades y restaurar la confianza en el mundo y en la vida.

Si el contexto impide el acceso a los recursos para obtener satisfactores positivos, se tiende a buscar otro tipo de satisfactores (inhibidores o negativos). Esto puede dar lugar a narrativas personales o colectivas negativas, de desesperación, impotencia o frustración. Cuando se dan condiciones de vida difíciles, experiencias traumáticas y dificultad de afrontamiento positivo, las reacciones emocionales pueden desembocar en violencia. Un contexto de desigualdad, conflicto, violencia, exclusión y vulnerabilidad crea problemas psicosociales graves en las personas y comunidades. Emociones resultantes de estos procesos son miedo, angustia, sensación de fracaso, culpa, frustración, vergüenza, humillación o depresión. Son emociones paralizantes, que bloquean, producen desequilibrio emocional, deterioro de las relaciones y de la salud, cuando no hay recursos internos y externos para manejarlas. Pueden aparecer sentimientos como rabia, odio, deseo de venganza, que movilizan en dirección a una reparación o resolución de la situación con respuestas inadecuadas, agresivas o violentas. El tipo de respuesta emocional suele tener un sesgo de género: es más frecuente que la respuesta de los hombres sea la rabia y la de las mujeres el miedo.

Por lo tanto, el trabajo con las emociones (autoconocimiento, conciencia emocional, empatía, expresión emocional adecuada) tiene un sentido preventivo, constructor de una sociedad dialogante y pacífica. Si dirigimos las emociones (la información y la energía que nos aportan) a la satisfacción de las necesidades, las personas y las comunidades se ven fortalecidas, empoderadas y capaces de afrontar su realidad de forma creativa. Esto requiere:

-Reformular las narrativas internas y externas en situaciones desfavorables.

-Buscar espacios de acción seguros y fiables.

-Conectar con el sentido profundo de la vida para esa persona y las habilidades que puede desarrollar.

-Abordar el autoconocimiento emocional y las opciones y posibilidades de satisfacer nuestras necesidades (individualmente y en comunidad) como estrategia para el empoderamiento personal.

Es decir, se plantea un proceso desde la conciencia de las propias emociones (escucha personal y en grupo, expresión y comunicación) a la identificación de necesidades insatisfechas (de subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, creación, ocio, identidad y libertad) y las propias capacidades y fortalezas. Esto permite decidir (dirigirse a la acción), empoderar y transformar 

Las emociones y la plenitud humana: educación socioemocional

La visión preventiva se profundiza en la mirada que aporta la metodología en educación socioemocional. Esta corriente, que tiene su foco en los procesos educativos, plantea no solo la dimensión preventiva (que sería, de alguna manera, la versión de mínimos), sino el horizonte de una ciudadanía global plena (ideal de máximos) a través de la educación socioemocional. El modelo occidental de sociedad ofrece el ideal de felicidad como satisfacción-seguridad (emocional) a través de bienes materiales; en una sociedad desigual, es un ideal imposible, insostenible. No promueve el reparto de los bienes, ni la cooperación o la solidaridad, sino la competencia y, por ende, la exclusión (emociones positivas para unos y negativas para otros).

En cambio, desde una mirada humanista, la plenitud individual y la justicia social están intrínsecamente unidas. El antiguo dicho latino Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Soy un hombre, nada humano me es ajeno) resume esta profunda interconexión entre todas las experiencias humanas, y la necesidad de abordarlas en su conjunto. En el análisis de E. Morin[10], los seres humanos forman parte de un sistema complejo de interacciones, en el que ningún elemento puede comprenderse aislado de las redes de relación en que se encuentra. García-Rincón[11] habla de una identidad cosmopolita global que acoja la pluralidad de los seres humanos que habitamos el planeta… Y así sucesivamente.

Este abordaje puede aplicarse no solo a la educación, sino para garantizar procesos de transformación social en los ámbitos de intervención. Subraya la importancia de la empatía para propiciar la comprensión, y da prioridad a las relaciones interpersonales, a lo vivencial, a la comprensión de las demás personas, a la preocupación por lo ajeno y a las interconexiones que nos unen como personas y como sociedad.

El abordaje socioemocional requiere dar un lugar privilegiado a las emociones para su correcta gestión. Conlleva dedicar tiempo a generar espacios seguros, en los que la vivencia y la expresión de las emociones se conviertan en protagonistas. Implica promover metodologías para que se adquieran competencias y habilidades para la vida, al tiempo que permitan expresarse de forma creativa y preocuparse por la realidad de su entorno[12].

Es decir: una gestión emocional que está orientada a la libertad, la justicia y, en definitiva, al ejercicio de una ciudadanía global. Así pueden generarse varios niveles de transformación:

TRANSFORMACIÓN PERSONAL: proceso individual saludable en el que crecer y evolucionar en equilibrio emocional. Esto supone autoconocimiento, autoestima, afirmación, empatía, capacidad de reconocer y expresar emociones, con razonamiento moral y creatividad, con adecuado desarrollo de la atención y el lenguaje.

TRANSFORMACIÓN COLECTIVA: a través de la confianza, comunicación y cooperación; aprendiendo a resolver conflictos. Esto requiere aceptar la diversidad, poder conectar con otros puntos de vista, gestionar la frustración, dialogar y llegar a acuerdos.

TRANSFORMACIÓN SOCIAL: a partir de las vivencias emocionales que experimentamos individualmente, podemos participar colectivamente en procesos que buscan la justicia, la paz, la libertad, y actuar en consecuenciaEstas actuaciones, si vienen arraigadas en la emoción, generan conocimiento y acción, darán lugar a estructuras y sistemas transformados y transformadores.

Sentimientos importantes para poder dar lugar a estos procesos son la empatía (que nos permite conexión y compresión) y la indignación (que pone en marcha procesos de transformación).

Las emociones y la intervención: cuidado y autocuidado

 Si pensamos en la peculiaridad del tercer sector social, ¿qué papel tienen en ella las emociones? ¿Qué lugar ocupan y qué lugar pueden ocupar en este proceso de transformación a diferentes niveles?

Incidencia: emociones en sociedad

Una parte importante del papel que las emociones pueden jugar para la transformación social está en su capacidad relacional, en su potencial político. La reducción de las emociones al territorio íntimo y privado, además de ser una compresión inadecuada, las despoja de su capacidad de movilización social. En el primer apartado veíamos la importancia de abordar las emociones displacenteras para prevenir conflictos sociales y orientar su energía transformadora. Ahora nos referimos también al valor de las emociones compartidas para reforzar la incidencia política de las organizaciones.

  1. Laguna reflexiona sobre el llanto en el documento “Para qué sirve llorar[13]”. Nos recuerda este autor que, además de ser una expresión interna del malestar íntimo, el llanto tiene una dimensión relacional y una vertiente política. “Al llorar no solo descubrimos a los demás nuestra aflicción interna, sino que llorando junto a otros y por otros podemos convertir el llanto en signo de empatía, protesta, crítica, clamor o resistencia”. Así, llorar con y llorar por son actos de empatía profunda, de solidaridad, de denuncia y de transformación. Para que el llanto nos permita pasar de lo personal a lo político, de la expresión personal a la reivindicación, debe ocurrir en el espacio público: “las lágrimas se hacen política cuando se llora junto a otros”. J. Laguna nos recuerda también cómo el llanto es el punto de convergencia de las diferentes versiones de la desigualdad y la injusticia, el espacio interseccional en el que se comprende que la raíz de los dolores del mundo es común: “todos los llantos son afluentes del mismo río de injusticia estructural”.

De la misma manera, el llanto compartido revela la cualidad de la respuesta oportuna: es la comunidad que comparte el llanto y que toma conciencia de los problemas comunes la que puede dar una respuesta comunitaria a los mismos.

La otra cara de esta expresión sería la indignación que antes mencionábamos. El sentimiento de indignación tiene la capacidad de movilizar colectivamente a la acción a personas afectadas por situaciones que vulneran los derechos humanos y el bienestar

La indignación es un sentimiento que requiere sentirse previamente digno o digna. Es la reacción a un hecho o acto que se considera perjudicial, ofensivo o injusto. Puede darse en el plano personal (contra una misma), en el de las relaciones cercanas (familia, relaciones) y el político o estructural. La indignación supone, pues, que nos sentimos conscientes de tener algo que ha sido usurpado o perdido. La reacción sana a la indignación es el compromiso para recuperar lo perdido o cambiar la situación que nos afecta. Lo contrario de la indignación sería la resignación (la paralización inactiva en la que se sufre la injusticia u ofensa sin reaccionar)[14]. En el contexto del tercer sector social, la indignación es un sentimiento útil, puesto que nos permite identificar las situaciones que vulneran la integridad de personas o instituciones y poner en marcha las acciones transformadoras pertinentes. Esto requiere que el sentimiento de indignación sea expresado y compartido, para poner en marcha acciones de reclamación o de creación de nuevas posibilidades. El tercer sector tiene una enorme capacidad de reivindicación y fortalecimiento de derechos ciudadanos desde la indignación.

Intervención: emociones y cuidado.

En el breve de gestión de noviembre 2021[15] reflexionábamos sobre la  importancia del vínculo en la relación de acompañamiento. Encontramos que en la relación entre personas profesionales y destinatarias se valora positivamente el vínculo, y que en él se trata de  encontrar la distancia interpersonal óptima para cuidar y acompañar sin  generar dependencia. Este proceso de relación, que a menudo se inicia en la  desconfianza y avanza hacia la seguridad, la satisfacción y la acogida, crea un primer espacio de ciudadanía, pertenencia y protagonismo. Para las personas profesionales es un espacio de conocimiento, empatía y contacto con la realidad, que puede generar  también frustración ante los límites.

Es siempre una pregunta para el tercer sector social cómo cuidar este vínculo y cómo comprender lo que significa. Es en los vínculos donde se restaura la exclusión. Señalan Gil Bermejo et al.[16] (2022) que una característica de la actual sociedad es la exclusión, y que aumentan los riesgos e incertidumbres, obligándonos a acostumbrarnos a ellas en buena medida desconectando de la emoción. A pesar de que la exclusión es constitutiva de este tipo de sociedad (no tendría sentido hablar de ella en una comunidad indígena o religiosa, por ejemplo), se penaliza a las personas afectadas por ella, y las instituciones solo muy precariamente sostienen con el necesario cuidado y protección. El sistema, según este autor, penaliza la pobreza, judicializa la vida cotidiana y criminaliza la protesta social. No es fácil que exista una mirada crítica para favorecer el cuidado y la justicia. Así, las profesionales que trabajan en primera línea se ven confrontadas con una difícil tarea, en la que les toca ejercer el sostén y el cuidado, aunque no siempre se sientan suficientemente cuidadas y sostenidas ellas mismas.

Al mismo tiempo, las personas que quedan fuera, las descartadas, pueden verse envueltas en un paradójico sentimiento de culpa, como si la exclusión fuese fruto de una negligencia o de un esfuerzo insuficiente (en suma, de una responsabilidad personal) y no de un problema estructural.

Para “un mayor cuidado y justicia social” es necesario conocer y nombrar lo que ocurre desde la reflexión, desde el cuerpo y desde la emoción (puesto que es en la relación cara a cara, cuerpo a cuerpo, en la que nos encontramos con las fronteras de la exclusión y las posibilidades de inclusión). El CUIDADO se revela como un eje sustancial en las profesiones de ayuda, tanto porque se ejerce como porque se necesita. Y porque desde él se construye humanización y justicia social. Por ello, podemos  dar importancia y significado al cuidado a través de la atención y la conciencia.

Ser conscientes del cuidado hacia una misma supone conectar con las propias necesidades y deseos y responsabilizarnos de ellas. Esto implica estar sensibles a lo que percibimos, ser capaz de empatizar tanto como de poner límites. Desde este lugar podemos cuidar a otras personas, ayudarlas a expresar sus propias necesidades y deseos, y a responsabilizarse de ellos. Trabajar con conciencia de nuestra identidad corporal, emocional, mental y ambiental (conciencia de lo que somos, pensamos y sentimos) nos permite autenticidad, creatividad, espontaneidad y humor. Incluir nuestras propias emociones y necesidades da pie a que otras personas también puedan incluir las suyas. Así se abre la posibilidad de una escucha verdadera y respetuosa.

Organización: estructuras, vínculos y comunidad

Cuando ponemos atención en las emociones y en la conciencia que se genera desde ellas surgen grandes desafíos para las organizaciones sociales.

Uno conocido y otras veces nombrado es el territorio de los conflictos. Es un tema que las organizaciones han de abordar y tener en cuenta de manera habitual. Abordamos este tema en un breve y un webinar en 2021[17]. La expresión emocional, la escucha en grupo, la comunicación no violenta y la elaboración de procesos de prevención de los conflictos entran a formar parte de varias propuestas organizacionales, desde enfoques ecofeministas o de transformación organizacional.

Otro desafío es plantear el marco relacional del cuidado con una mirada asimétrica pero no jerárquica. Algunas visiones sobre la intervención, como por ejemplo la ética de la singularidad, o el concepto de reciprocidad de N. Noddings[18] (citada por V. Vázquez Reguera) nos plantean el desafío de pasar de relaciones jerarquizadas de poder hacia un cuidado no lineal, contextual y recíproco. Estas visiones nos ponen en el horizonte una revisión del concepto de comunidad: diferentes personas con diferentes necesidades y roles, pero todas con posibilidades de aportar  y con la misma conciencia de ciudadanía (más allá del esquema binario profesional/usuaria). Estas miradas nos invitan a considerarnos comunidad de destino en un mismo espacio y tiempo.

Cultivar la presencia, ser conscientes del estar (aquí y ahora): en conexión con las propias emociones, sensaciones, pensamientos y cuerpo, de manera integrada. Las personas profesionales pueden contar consigo mismas (incluyendo la emoción) como el principal instrumento de trabajo, y con sus emociones como indicadores fiables de la relación y de la realidad de las personas acompañadas. El cultivo de la presencia que proponen diversas filosofías orientales y corrientes humanistas (y, recientemente, también escuelas y procesos de liderazgo) revela la importancia de la conexión con el aquí y el ahora, con lo que nos está sucediendo en la interacción, más allá de los mandatos del ego, del deber o de las expectativas. Esto hace necesario tener espacios y tiempos para la expresión, la profundización y el darse cuenta.

Desde esta visión, se propone la supervisión profesional como una forma de cuidado al ser personal de las profesionales de ayuda, que están en contacto con la humanidad y la desigualdad social a diario (y que pueden sentirse desbordados y recurrir a la desconexión como defensa).  Las vivencias complejas que se experimentan (desigualdad estructural, complejidad y exceso de demanda, gravedad de los problemas, violencia estructural, precariedad de los recursos, presión institucional, urgencia, sentimiento de impotencia y frustración) necesitan espacios de cuidado y de atención, de supervisión acompañada, así como de fortalecimiento a través de la formación.

También hemos de considerar la vinculación emocional con la institución o el proyecto. En ella se pueden dar jerarquías, precariedad, inestabilidad, dificultades en la gestión del poder y de los conflictos. ¿Hay espacios donde compartir, despejar, resolver, escuchar? Una buena respuesta es sencillamente juntarse para hablar de cómo nos sentimos.

A su vez, las personas que trabajan en el sector se encuentran con las dificultades de status de una dedicación en gran medida reproductiva, del ámbito del cuidado, feminizada, de procedencia de clases sociales obreras y cuestionadora del sistema hegemónico. Es una identidad profesional interseccionalizada, de estatus poco reconocido a nivel social y de poder de negociación político. El fortalecimiento de las personas que trabajan en el sector requerirá autocuidado y autoconciencia, marcos de referencia personales y compartidos, con los mecanismos antes mencionados (supervisión, formación, espacios de grupo).

Así podremos construir relaciones de sensibilidad, respeto y empatía, en las que estar presentes sin sustituir ni dañar, en un proceso de atención presencial, personal y personalizada.

[1] https://21gramos.net/humberto-maturana-biologia-amor/

[2] Una mochila para el universo: 21 Rutas para vivir con nuestras emociones. Ediciones Destino, 2012.

[3] C. Naranjo, Cambiar la educación para cambiar el mundo, La Llave,  2007

[4]La capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones”, D. Goleman, Inteligencia emocional, Kairós 1995

[5] Scharmer, O. y Käufer, K. (2015) Liderar desde el futuro emergente. De los egosistemas a los ecosistemas ecológicos. Cómo aplicar la Teoría U para transformar los negocios, la sociedad y a uno mismo.. Ed. Elephtería, Olivella, Barcelona. Inspirado en Gregory Bateson (interdependencia de lo ambiental, lo social y lo mental) en Steps to an ecology of mind, 1972

[6] https://www.innerdevelopmentgoals.org/

[7] Según la propuesta de necesidades humanas de M. MaxNeef, en Desarrollo a escala humana. 

[8] Capítulo 7 (A look at the emotional territory) del manual “Preventing violent extremism”,  publicado por Garúa.

https://tangente.coop/wp-content/uploads/2021/04/Training-Manual-for-the-Prevention-of-violent-extremism_DEF.pdf

[9] Russell, J.A. (1980). The Circumplex Model of Affect. Jounal of Personality and Social Psychology. Vol 39. No. 6. 1161-1178

[10] E. Morin, Introducción al pensamiento complejo, 1990

[11] C. García-Rincón, Identidad cosmopolita global, 2015, PPC

[12] Aguado, G., y Hernández, I. InteRed, Educación socioemocional para la ciudadanía global,  2020. https://www.intered.org/sites/default/files/5._temsic_educacion_socioemocional_ecg_esp.pdf

[13] J. Laguna, Para qué sirve llorar, Cuadernos Cristianisme y Justicia, nº 230, noviembre 2022

[14]https://www.humanizar.es/publicaciones/revista-humanizar/y-a-ti-que-te-indigna/las-tres-caras-de-la-indignacion#:~:text=El%20diccionario%20de,no%20es%20comprensible.olectivo

[15] https://3seuskadi.eus/breve/la-relacion-entre-las-profesionales-y-las-personas-destinatarias-en-los-procesos-de-intervencion-una-aproximacion-desde-la-sociologia-de-las-emociones

[16] J. L- Gil, C. Alvarez y R. Menéndez , Cuerpo, emoción y mente de la intervención social, una aproximación a la supervisión gestáltica, 22-2-22, en TS DIFUSION

[17] Sobre este asunto publicamos un breve y realizamos un webinar, ambas disponibles en nuestra página web: https://3seuskadi.eus/breve/viviendo-sobre-el-volcan-el-conflicto-en-las-organizaciones-del-tercer-sector-social-una-fuerza-por-explorar/

[18] Este tipo de reciprocidad no es algo extraordinario ni antinatural en los seres humanos. Aun antes de desarrollar la capacidad de razonamiento sostenido, existe la capacidad para la ternura, el afecto y la reciprocidad. Existe la inclinación natural a responder al cuidado que nos proporcionan los demás, desde los primeros meses de vida. La recepción del cuidado por parte de “the cared-for” representa la mayor recompensa para “the one-caring”. La alegría que acompaña a la realización de la capacidad humana de relación y vínculo con otros aumenta el ideal ético y el compromiso con la relación en sí. De modo que, la reciprocidad, el reconocimiento y la respuesta de “the cared-for” facilitan el compromiso moral porque todos y todas deseamos mantener el vínculo y el contacto directo con aquello que nos proporciona sentimientos de felicidad y, de algún modo, con la felicidad en sí. (V. Vázquez, La educación y la ética del cuidado en el pensamiento de N. Noddings, Univesitat de Valencia, 2009)