Autor/a: Observatorio Vasco del Tercer Sector Social
Nº Breve: 09/2023

Introducción

En el Tercer Sector Social nos preguntamos sobre cómo medir adecuadamente las realidades sociales. La definición y utilización de herramientas, indicadores y sistemas apropiados de medición es una preocupación habitual de las organizaciones.  Se multiplican las métricas que nos puedan servir de guía y orientación, tanto para elaborar políticas públicas como para desarrollar procesos de intervención social. Y, dado que los problemas sociales son cada vez más complejos y multidimensionales, buscamos y desarrollamos indicadores y mediciones coherentes con esa complejidad.

La Estrategia Europea 2020, por ejemplo, plantea un enfoque de crecimiento inteligente, sostenible e inclusivo; sus indicadores estructurales se refieren a empleo, I+D, cambio climático y energía, educación, y pobreza y exclusión social. Y la Agenda 2030 de desarrollo mundial de Naciones Unidas para este mismo periodo contiene también un conjunto de indicadores, a través de los ODS, para plantear la orientación global de las políticas públicas en un marco que no sea una adición o superposición de acciones, sino una mirada coherente e integral para el desarrollo global.

En este contexto de búsqueda de mediciones complejas e integrales, la Coordinadora de ONGD ha impulsado la creación de un Índice de Coherencia de Políticas para el Desarrollo. Este índice es el resultado de un cuidadoso y detallado proceso de investigación con una visión global, crítica y de inquietud transformadora. Ofrece una panorámica del mundo diferente a la convencional y unas conclusiones que pueden ser valiosas para el tercer sector social en la reflexión que aportan sobre el impacto del desarrollo en el mundo, la responsabilidad de cada país y la necesidad de integrar de manera coherente las políticas públicas y, en suma, las decisiones colectivas.

¿Cómo se mide el progreso social?

Los primeros indicadores que se usaron como referencia para calcular el crecimiento de un país eran el producto interior bruto (PIB) y la renta per cápita. Las limitaciones de estos indicadores, reconocidas desde la propia economía[1], han ido dando paso al desarrollo de otros, que pretenden reflejar más adecuadamente el bienestar. Es decir, estos indicadores alternativos no tienen el foco en medir la producción, sino en el bienestar de las generaciones presentes y futuras: la calidad de vida, el desarrollo sostenible y el progreso social.

Uno de los primeros indicadores alternativos fue el Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por el PNUD desde 1990. Es un índice compuesto (esperanza de vida, años de escolaridad e ingresos) del desarrollo humano, y mide el avance conseguido por un país en tres dimensiones básicas: disfrutar de una vida larga y saludable, acceso a educación y nivel de vida digno. Ha sido ampliamente aceptado, con impacto en la elaboración de políticas públicas, y está vigente actualmente como medida de progreso.

Desde entonces han surgido una variedad de instrumentos que miden el progreso social desde otras dimensiones; nombramos aquí algunos de ellos:

Índice de proceso social (SPI): mide el progreso social a partir de indicadores compuestos de variables sociales y medioambientales, en tres dimensiones (necesidades humanas básicas, fundamentos del bienestar y oportunidades). Hay una adaptación por regiones en Europa (el índice de progreso social europeo).

-Indicadores de percepción subjetiva, como el Informe mundial sobre la felicidad (felicidad como medida de bienestar y criterio para las políticas gubernamentales), el Índice de calidad de vida (vincula la percepción de satisfacción con la vida con factores objetivos), el Índice del Planeta Feliz (el desarrollo desde la expectativa de vida, la percepción subjetiva de felicidad y la huella ecológica).

El índice de bienestar económico sostenible (IBES) es un indicador económico alternativo que no contabiliza los bienes y servicios de la economía, sino de un lado el gasto de los consumidores, la utilidad aportada por el trabajo doméstico; y del otro descuenta el coste de las externalidades asociadas a la polución y el consumo de recursos.

El Índice de progreso real (IPR) o Índice de progreso genuino (IPG) es un indicador de bienestar económico y progreso social, vigente desde 1950[2]. Se considera que tiene en cuenta valores ecológicos y el desarrollo sostenible como necesarios para el bienestar social. Incluye variables no recogidas en el PIB o la renta per cápita, y diferencia el crecimiento que añade bienestar del que no lo hace.

El índice de paz global es un informe elaborado desde 2009 por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP), que mide la posición relativa de la paz de las naciones y regiones. El IEP intenta que la paz sea considerada mundialmente como una medida positiva, factible y tangible del bienestar humano y el progreso. Elabora índices de paz calculando el coste económico de la violencia, analizando el riesgo de conflicto en cada país y comprendiendo los factores que hay detrás de las sociedades altamente pacíficas (paz positiva)

PIB verde: tiene en cuenta las consecuencias medioambientales del PIB. Este indicador no prosperó debido a que revelaba un crecimiento nulo[3]. En este mismo sentido, la huella ecológica es un indicador de sostenibilidad a partir de los patrones de consumo de recursos y la producción de desechos.

Todas estas alternativas de medición de bienestar y avance buscan identificar los resultados a los que orientar las políticas públicas y evaluar el desarrollo de la acción pública, y ser utilizadas como herramientas de comunicación y rendición de cuentas.

INDICE DE COHERENCIA DE POLITICAS PARA EL DESARROLLO

El INDICO (índice de coherencia de políticas para el desarrollo) es un indicador que explora, analiza y compara el comportamiento de 153 países en cuanto a la coherencia de sus políticas con un desarrollo sostenible. Con ello se valora cómo pueden ayudarnos estas políticas a superar los desafíos globales. Es una iniciativa impulsada por la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo, en colaboración con Futuro en Común y la Red Española de Estudios del Desarrollo (REEDES). Un equipo del colectivo de creación política La Mundial ha coordinado y realizado el trabajo de investigación sobre el que se sostiene la herramienta y elaborado el Informe.

En el informe se plantea como punto de partida una situación de crisis multidimensional y la necesidad de cambios inaplazables. Su planteamiento es que hace falta un esfuerzo particular para comprender y renovar las visiones que han articulado el desarrollo, y que la mayoría de las grandes instituciones están implicadas en este esfuerzo para renovar la mirada y replantear el paradigma global (la Agenda 2030 sería un ejemplo de ello). Se va constatando que hacen falta métricas adecuadas que pongan la atención en lo adecuado; poner la atención en el PIB (indicador económico) o incluso en el IDH (indicador social, pero de dimensión solo nacional) no nos aporta la necesaria integralidad. El enfoque del índice de coherencia aporta nuevos indicadores que incluyen lo material, los ecosistemas, la igualdad, la interdependencia. Incluye la globalidad (tiene carácter transnacional) y la mirada feminista (la superación del modelo patriarcal). El índice es una herramienta para ampliar nuestra manera de entender el mundo y orientar las transformaciones urgentes que exige nuestro tiempo desde lo que tenemos en común: la radical ecodependencia y la fundamental interdependencia entre los seres humanos. Para actuar sobre el mundo y transformarlo es necesario pensarlo y comprenderlo, desde lógicas no hegemónicas, desde otros horizontes. Es preciso contemplar cómo las políticas están afectando negativamente al desarrollo, y qué impacto tienen para las personas y el planeta en el marco global las acciones de cada país. Al incluir esta mirada más compleja, todos los países tienen déficit de desarrollo.

 ¿Qué enfoques contempla el índice?

El índice toma en cuenta cinco enfoques interrelacionados:

Desarrollo humano: Las políticas públicas coherentes con un desarrollo sostenible son aquellas que están orientadas a poner las personas y su bienestar en el centro, y que amplían las capacidades de las personas.

Desarrollo sostenible: las personas somos seres ecodependientes y vivimos en un planeta con límites biofísicos. Las políticas deben contemplar las cuatro dimensiones de la sostenibilidad (económica, social, ambiental y política) y cómo éstas interactúan entre sí.

La mirada cosmopolita. En un mundo interdependiente, las responsabilidades de los gobiernos no pueden limitarse al territorio nacional; es preciso considerar el efecto que tienen sus políticas sobre otros territorios.

El enfoque feminista: las políticas públicas deben garantizar los derechos de las mujeres, y combatir y no reproducir la desigualdad de género.

Enfoque de derechos humanos: las personas son sujetos de derechos. Por ello, los países han de contar con instituciones sólidas que garanticen los derechos humanos de toda la población, su capacidad de participación y empoderamiento y que garanticen transparencia y rendición de cuentas.

¿Qué estructura tiene el índice de coherencia?

A partir de estos cinco enfoques, el índice se estructura en torno dos ejes: cuatro transiciones y dos presiones planetarias[4]. Las transiciones expresan los cambios necesarios para alcanzar un modo de vida, de organización y de reproducción social justo y sostenible (lo que habría que hacer si aspiramos a dicho modo de vida). Las presiones, en cambio, se refieren a los impactos que la actividad humana tiene sobre el planeta (lo que habría que dejar de hacer o reducir en relación con el mismo objetivo).

 

 

Cada transición está estructurada en dimensiones que señalan en qué ámbitos se necesita avanzar en el proceso de transformación. Cada dimensión tiene uno o varios indicadores, un total de 50 entre las 4 transiciones.

Transición democrática: expresa en qué medida los países  apuestan por políticas públicas dirigidas a construir sociedades democráticas y pacíficas, que garanticen y protejan los derechos humanos (civiles y políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales), y la libertad de asociación, reunión y protesta (espacio cívico). Se compone de 3 elementos, cada uno de ellos con varios indicadores: 1) sociedad civil y transparencia; 2) compromiso con la justicia y los derechos humanos; 3) militarización.

Transición feminista: en qué medida los países cuentan con políticas públicas que garantizan los derechos de las mujeres, promueven la igualdad entre hombres y mujeres y el reconocimiento y respeto de la diversidad, y contribuyen a una nueva organización social que rescate y ponga en el centro los cuidados. Sus elementos son: 1) marco legal y normativo; 2) situación social de las mujeres; 3) participación política; 4) brechas de género.

Transición socioeconómica: en qué medida los países cuentan con Estados de bienestar sólidos con servicios públicos y de protección social que garanticen los derechos sociales para todas las personas y con políticas fiscales y sociales redistributivas que reduzcan las desigualdades múltiples. Sus elementos son: 1) situación social; 2) empleo; 3) fiscalidad; 4) servicios básicos; 5) desigualdad.

Transición ecológica: en qué medida los países realizan esfuerzos para proteger el medio ambiente y apuestan por las energías renovables. En este caso hay una sola dimensión y varios indicadores.

Presiones planetarias: mide los impactos de los países sobre el planeta, a partir de dos indicadores: la huella material per cápita (consumo) y las emisiones c02 per cápita. Con ello se pretende tomar en cuenta los efectos ecológicos de los modelos de vida que externalizamos a otros países a través de la globalización productiva y el comercio internacional.

 

 

Esta estructura pone de manifiesto que la coherencia no es solo una cuestión de coordinación, sino que manifiesta el conflicto de intereses políticos. Hay que elegir entre intereses políticos contrapuestos. Por eso hay variables del índice que contribuyen al desarrollo y otras que penalizan (las presiones, y también variables como la militarización o el secreto financiero). Para poder determinar las elecciones entre unas políticas u otras se consideran criterios normativos la democracia, la sostenibilidad y el feminismo. Una sociedad coherente es una sociedad democrática, sostenible y feminista.

Los 50 indicadores de transiciones más los dos de presiones permiten construir el índice de coherencia[5]. Las puntuaciones de las diferentes dimensiones tienen un valor entre 0 (peor puntuación) y 100 (mejor puntuación). El índice de presiones planetarias oscila entre 0 y 1; cuanto más cerca de 1, menor es la presión que el país ejerce sobre el planeta. El índice de coherencia también se establece sobre 100, es decir: tendría un valor de 100 para el país que obtenga una puntuación de 100 en las transiciones y de 1 en presiones planetarias. El país más coherente será el que tenga muy buen desarrollo en las transiciones con las mínimas presiones planetarias.

Para la elaboración del índice se utilizan principalmente fuentes oficiales, y en los casos en que éstas no ofrecen información sobre las políticas públicas relevantes para la coherencia, se recurre a información estadística de organizaciones no oficiales.

 Incorporación de análisis feminista

En este índice es un elemento importante de coherencia la contribución a la igualdad que puedan aportar las políticas públicas. Sin embargo, se reconoce que es un indicador complejo y difícil de discernir en las diferentes realidades globales. ¿Es algo que se puede tratar como un único componente, o ha de significar una mirada transversal? El índice añade el feminismo como elemento normativo de la coherencia. Se trata de analizar cómo afecta el proceso de desarrollo a las mujeres, y de visibilizar los elementos que no muestran las visiones hegemónicas: la aportación de los trabajos invisibles de cuidados, estructuralmente unidos al desarrollo, y cómo afectan a la economía. Un indicador importante es la legislación sobre la violencia contra las mujeres. Solo un 37% de los países del mundo tienen una legislación que se pueda considerar suficiente en este sentido. El informe señala que es necesario construir indicadores adecuados para una valoración estructural, e incluir esta mirada en el desarrollo porque cuando esto sucede, se dan cambios significativos (hay países que tienen una puntuación alta en desarrollo, y que cuando se incluye la mirada feminista pierden muchos puestos).

 CONCLUSIONES: El imprescindible cambio de paradigma

El índice ofrece una visión del mundo diferente a la habitual, al incluir los impactos transnacionales de las políticas, sus interdependencias e incoherencias. Desde esta visión no hay ningún país adecuadamente desarrollado, puesto que ninguno ha logrado avanzar en las dimensiones socioeconómica, democrática, de derechos humanos, feminista y ecologista sin superar la biocapacidad que le corresponde. El índice de Coherencia permite identificar los 57 países del mundo que tienen una mayor responsabilidad por la presión que ejercen sobre los ciclos planetarios. Estas presiones tienen efectos terribles sobre las poblaciones y territorios más vulnerables y con menos responsabilidad. Se pone en riesgo la reproducción de la vida en el planeta y es preciso cuestionarse las teorías del desarrollo basadas en la idea de un crecimiento ilimitado con un consumo intensivo de energía y materiales. Las sociedades humanas no han sabido mejorar las condiciones de vida en sus territorios sin generar impactos y presiones planetarias.

Estos 57 países, que pertenecen al grupo de países de ingresos altos, tienen indicadores bastante elevados en las transiciones. Sin embargo, el impacto de sus presiones planetarias requiere que asuman acciones para reducir su impacto ecológico y acuerdos internacionales para reducir emisiones nocivas y procesos de destrucción de recursos naturales. Es decir, se requiere de ellos un compromiso de reducción de impacto y una transformación de su modelo de producción y consumo que no implique una reducción de sus logros en las transiciones. Las soluciones que no puedan revertir estas tendencias, que aumenten el consumo o dependan de materiales finitos, no son soluciones reales.

El informe sobre el índice de coherencia plantea como necesidad urgente y como horizonte de acción el “cuadrante vacío”: la condición que no cumple ninguno de los países del mundo. No hay ningún país que haya alcanzado un alto nivel de lo que tradicionalmente hemos entendido por desarrollo sin un fuerte impacto planetario dentro y fuera de su territorio (acaparando recursos, imponiendo condiciones militares o comerciales violentas, o con un alto nivel de militarización o de secreto financiero). Los países con muy poco impacto y baja presión planetaria (un 60%) tienen bajas puntuaciones en las transiciones, y son los que hemos llamado “en vías de desarrollo”. Asimismo, la historia colonial generó desigualdades de poder que no se han equilibrado.

Una conclusión importante del informe es que no hay un modelo de referencia. Los países que tenemos como modelo no son sostenibles, porque su modo de vida no es universalizable. Necesitamos nuevas maneras de sociedad y convivencia, y otras maneras de medir el bienestar. En suma, hace falta humildad, diálogo y voluntad de compromiso para lograr un desarrollo coherente y sostenible que aún no sabemos cómo conseguir.  Visto desde el paradigma de la coherencia, los países que más tienen que avanzar son los que llamamos desarrollados, puesto que son los que más transformaciones tienen que hacer en cuestiones ecológicas y de presión planetaria. Las responsabilidades globales son compartidas (tenemos los mismos desafíos), pero no son equivalentes (tienen más responsabilidad quienes han causado más impacto).

La mirada de la coherencia es una invitación a revisar y plantear nuestras acciones e intervenciones de una manera integral. Si bien este indicador se dirige fundamentalmente a la administración pública, las líneas que marca afectan igualmente a la intervención desde el Tercer Sector Social en el despliegue de su actividad de incidencia o en la provisión de servicios. Conseguir una sociedad sostenible, feminista, democrática y en última instancia feliz es también objetivo del Tercer Sector Social de Euskadi. Por lo tanto, no podemos ser ajenos a esta necesidad de coherencia.

¿Y en qué se concreta esto? ¿Cómo incluir la perspectiva de la coherencia? ¿Estamos trabajando en el tercer sector social hacia una sociedad coherente? ¿Contribuimos a las transiciones de una manera que no presione al planeta? Las cuestiones que plantea el índice pueden trasladarse a cualquier entidad del sector, sea ésta pequeña o grande. Cada cual en su escala tiene la posibilidad de preguntarse en qué medida está contribuyendo a o construyendo democracia, sociedad feminista y ecología sostenible. No son preguntas nuevas. Hace tiempo que sabemos que crecer en una sola dimensión y descuidar las otras no es propiamente crecer. Quizá una aportación relevante de este enfoque es la magnitud global de esta conciencia, y la detallada elaboración de los indicadores (que nos muestra cómo y en qué esto se manifiesta).

Es una necesidad común generar un nuevo paradigma que permita equilibrar un desarrollo integral y que contenga o frene los riesgos creados por el actual modelo de producción y consumo.  En el Tercer Sector Social nos corresponde saberlo, ser conscientes de esta necesidad, darnos espacios de reflexión y diálogo internos y en interlocución con otros agentes, y plantear un modelo de sociedad equilibrado que incluya las cuatro transiciones y las dos presiones.

 

[1] Sitglitz, J., Fitoussi, J.P., y Sen, A., (2013) Medir nuestras vidas. Las limitaciones del PIB como indicador de progreso, RBA, Barcelona.

[2] Este índice amplía el marco de la contabilidad tradicional: incluye al alza las inversiones netas de capital y las inversiones en trabajo, para reflejar actividades no remuneradas (trabajo doméstico no remunerado,  voluntariadocuidado de familiares). Contabiliza a la baja los costes de la degradación ambiental y la pérdida de recursos naturales, las desigualdades de renta, la deuda externa y la delincuencia.

[3] Si se intenta evaluar la reducción de la tasa de crecimiento tomando en cuenta los daños causados al medio ambiente y todas sus consecuencias sobre el “patrimonio natural y cultural”, se obtiene generalmente un resultado de crecimiento nulo e incluso negativo (S. Latouche, Le Monde,  22 de noviembre de 1991).

[4] Pueden consultarse en detalle en  https://www.indicedecoherencia.org/

[5] El 50% de los indicadores se refieren al diseño y los resultados de medidas políticas, y la otra mitad, a los resultados de la interacción de diferentes políticas y de elementos contextuales. 31 indicadores evalúan en qué medida se integra una mirada feminista, 21 para situación de las mujeres y brecha de género y 10 sobre condicionantes generales de la calidad de vida de las mujeres.