En el País Vasco abundan experiencias comunitarias que, nacidas de la necesidad, promovidas por liderazgos sociales e integradas en la comunidad, han sabido crear sólidas empresas. También cuenta con instituciones académicas, de investigación, prestaciones sociales… de enorme contenido y riqueza que comparten vocación personalista, afán de servicio a la comunidad y voluntad promotora, sin afanes lucrativos o intereses políticos.
Cada una de esas “experiencias” representa un ejemplo del buen hacer, pero su focalización en una causa reduce su eficiencia en la construcción social. El gran potencial que representan queda diluido por el aislamiento de sus componentes. Arizmendiarrieta lanzaba una advertencia que merece reflexión y que, dirigido al mundo cooperativo, vale también para las experiencias comunitarias, decía:
Las experiencias comunitarias no pueden limitarse a sus exclusivos fines. Su éxito debe servir de plataforma para abordar, junto con otros, transformaciones sociales de mayor calado que pongan a la persona como su eje, fundamento y razón de ser.
Los principios éticos que originaron muchas de aquellas respondieron a las precarias necesidades del momento. Hoy nos encontramos en otra situación: necesidades y desequilibrios nuevos, sensibilidades sociales distintas y fuerte polarización hacia lo económico. Los principios éticos originarios tienen plena vigencia, pero han quedado desdibujados o en un segundo plano. También se cuenta con sólidas instituciones comunitarias que conforman un potente “tercer sector” que posee: fundamentos éticos, competitividad empresarial, capacidad de conformar alianzas y vocación promotora.
La adecuación de las bases éticas y la realidad del “tercer sector” permiten pensar en dar un “salto cualitativo” en las aspiraciones comunitarias, para participar, junto con otros, en la conformación de un nuevo modelo de sociedad. Se trata de un camino a explorar que necesariamente ha de remover posiciones y que requerirá asumir riesgos y responsabilidades, pero que es consecuencia lógica de los principios que se proclaman. Para ello se necesita articular relaciones entre las diferentes experiencias y conformar una “confederación comunitaria” que defina el “tercer sector” y elabore los estatutos de funcionamiento. La labor de esta “Confederación comunitaria” se extenderá en dos vertientes complementarias:
–Hacia adentro: analizando necesidades sociales, impulsando nuevas experiencias, fortaleciendo las realidades existentes y proyectando estratégicamente el “tercer sector” (con visión holística).
–Hacia afuera: participando, junto con los poderes político y económico, en la proyección estratégica del País y colaborando en la construcción del adecuado “modelo de sociedad”.
La pretensión de cambiar el “modelo de sociedad”, aunque parezca utópica, realmente no es una opción. La evolución en la que estamos inmersos conduce irrevocablemente a ello y lo que se plantea es aprovechar la corriente transformadora y orientar la dirección hacia el modelo que se desea, en nuestro caso un modelo social vasco, comunitario y cooperativo. Dejarse arrastrar por los acontecimientos externos sería suicida y llevaría a perder protagonismo en el devenir de la historia.
El “sector comunitario” o “tercer sector” se encuentra en una encrucijada: o asume la fidelidad a los principios que profesa y es consecuente, o se diluye en la amorfa corriente general que responde a intereses económicos preponderantes. Para ello necesita abrir los limitados enfoques a una amplia vocación humanista-comunitaria y aliarse con otros movimientos para generar fuerza transformadora y un sólido “tercer sector” que participe en la conformación del modelo de sociedad. En definitiva, abrir su vocación y pasar a la implantación de nuevos modelos mediante procesos de cooperación.