
Nº Breve: 06/2025
INTRODUCCIÓN Y MARCO
La participación social forma parte de la identidad del Tercer Sector Social de Euskadi (en adelante TSSE), constituyendo una de sus líneas de trabajo fundamentales y prioritarias y así se articula en la legislación marco del sector.
Por un lado, la Ley del TSSE define como objetivo principal de las entidades promover la inclusión social y el ejercicio efectivo de los derechos de las personas, familias, colectivos y comunidades que afrontan situaciones de vulnerabilidad, exclusión, desprotección, discapacidad y/o dependencia. A su vez, se trata de iniciativas que han surgido de la libre iniciativa de la sociedad civil que busca ofrecer respuestas a la sociedad de la que emergen y de la participación voluntaria, en mayor o menor medida, a través de personas socias, personas que integran los órganos de gobierno u otras personas que colaboran en la entidad de manera voluntaria.
La mencionada ley, en su artículo 4, define que las actividades de intervención social buscan avanzar en la necesaria transformación social hacia una sociedad más justa, solidaria, igualitaria, participativa y democrática. Entre dichas actividades, se recogen las dirigidas a la promoción y articulación de la solidaridad organizada y la participación social de la ciudadanía y, en particular, del voluntariado social, la ayuda mutua y el asociacionismo de las personas destinatarias de la intervención social.
Por otro lado, la propia Ley de Servicios Sociales, expone en su artículo 3, que el bienestar social, la inclusión social y la cohesión social no constituyen finalidades exclusivas del Sistema Vasco de Servicios Sociales, sino que la promoción de la solidaridad y de la convivencia y el fomento de la participación social se consideran finalidades compartidas con otros sistemas y políticas públicas.
No obstante, esta seña de identidad no se vislumbra únicamente en la legislación marco, sino que puede observarse en el compromiso que mantienen las entidades del sector con las personas y la sociedad de la que surgen y a la que sirven, y en el desarrollo del modelo comunitario de atención, que ubica a las personas en el centro, manteniendo un vínculo con el territorio, con arraigo en los espacios y las personas que los habitan.
Todo ello tiene su reflejo desde hace años en los diagnósticos realizados por el Observatorio, a través del Libro Blanco del Tercer Sector Social 2024, donde se puede observar que un 54,6% de las entidades trabaja con las personas y su contexto e impulsan la participación de las personas en el diseño y evaluación de los servicios y un 38% de las organizaciones provee servicios de desarrollo comunitario o local.
¿QUÉ PAPEL TIENE EL TERCER SECTOR SOCIAL EN LA PARTICIPACIÓN SOCIAL?
En el escenario político y social actual son diversos los factores que han originado que en los últimos años la participación social se haya puesto encima de la mesa. Por un lado, se plantean situaciones nuevas y complejas que requieren de nuevas propuestas que pasen por tomar decisiones de forma compartida. Y, por otro lado, el diseño, planificación, puesta en marcha y evaluación de los recursos y servicios, cada vez cuentan con mayor peso los procesos participativos de las personas destinatarias de los mismos (Pujol, s.f).
Por ejemplo, en la última década, se han desarrollado movimientos sociales, con mayor o menor intensidad y extensión temporal, conformados por las propias personas afectadas por determinadas problemáticas. Dichos movimientos, han presentado propuestas de cambio en el orden cultural y político, pero, sobre todo, han permitido observar que las personas a las que se concebía como “víctimas” o “vulnerables” se han constituido en verdaderos actores sociales. No obstante, esto no es nada nuevo, sino que ya en Euskadi contamos con numerosas experiencias en el sector, por ejemplo, en el ámbito de la discapacidad, la salud mental o las adicciones, donde las propias personas destinatarias y sus familias lucharon por dar visibilidad a dichas problemáticas y constituyeron recursos y servicios que pudiesen responder a necesidades que en dicho momento no tenían respuesta de manera formal (Mora Rosado, 2010).
Este modelo promueve que las opiniones de las personas destinatarias sean tenidas en cuenta e incorporándolas a los procesos de toma de decisión colectiva. Dicha participación a menudo comienza en las entidades sociales que actúan como facilitadoras debido a su arraigo en el territorio y su capacidad de movilización social, lo que favorece poner en relación a personas, grupos, organizaciones y diversos actores sociales y ofrecer capacitación, herramientas y recursos para que esta participación se haga efectiva (Mora Rosado, 2010).
Siguiendo a Handy (1990), desde el sector asociativo se desarrollan diferentes funciones sociales que pueden agruparse en tres bloques. El primero, en relación a la provisión de recursos y servicios a diferentes colectivos; el segundo, el rol de incidencia política como canal de participación ciudadana y generación y difusión de ideas y el tercero y no menos importante, la ayuda mutua y la integración social que permite favorecer la pertenencia y generar vivencias y crecimiento personal obtenido a través de la propia participación.
Por todo ello, el Tercer Sector Social está llamado a ser un referente, entre otras cuestiones, para dinamizar, educar y albergar iniciativas ciudadanas de empoderamiento, en especial, con las personas que se encuentran en situación de riesgo o vulnerabilidad social.
¿QUÉ PAPEL JUEGA LA PARTICIPACIÓN SOCIAL EN LA LUCHA CONTRA EL ESTIGMA?
La participación social no solo es garantista de que la opinión de las personas destinatarias y sus familias son tenidas en cuenta en las diferentes fases de los procesos de intervención social, sino que, además, permite establecer mecanismos que favorezcan que las personas que experimentan dificultades para participar en diferentes espacios de la vida cotidiana puedan disponer de las herramientas, el apoyo y la intensidad necesaria, en función de sus necesidades.
Resulta fundamental tener en cuenta que las personas que se enfrentan a situaciones de riesgo o vulnerabilidad social experimentan diferentes barreras de tipo estructural, personal y social que dificultan su participación en la comunidad. Tal y como exponen López, González et al. (2023), el estigma es uno de los factores que inciden en mayor medida, en la aparición de estereotipos, prejuicios y actitudes discriminatorias en nuestras sociedades y presenta un enorme impacto en el ámbito de la salud mental.
Goffman (2006) señala que se ha entendido por estigma la situación de una persona inhabilitada para una plena aceptación social. En su reflexión, explica que la sociedad establece los medios para categorizar a las personas y el complemento de atributos que se perciben como corrientes y naturales en cada una de esas categorías. El medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar. El intercambio social rutinario en medios preestablecidos nos permite tratar con otros previstos sin necesidad de dedicarles una atención o reflexión especial. Por consiguiente, es probable que al encontrarnos frente a un extraño las primeras apariencias nos permitan prever en qué categoría se halla y cuáles son sus atributos (es decir, su identidad social).
Siguiendo la misma línea, autores como Livingston y Boyd (2010) distinguen tres tipos o niveles de estigma: estructural, social y personal. El estigma estructural está relacionado con leyes, normas y procedimientos que, dictados desde un nivel institucional o político, limitan los derechos y oportunidades de las personas estigmatizadas. A su vez, el estigma social, es promovido por grandes grupos sociales en torno a estereotipos y prejuicios asociados a determinadas casuísticas o características y que, también limitan la igualdad de oportunidades. Y, por último, el estigma personal o autoestigma que es aquel en el que las personas interiorizan los estereotipos y prejuicios asociados a una determinada situación o condición que suponen una merma de la calidad de vida de las personas.
Cabe destacar que a pesar de que el estigma se ha relacionado principalmente con la salud mental y la mayoría de las investigaciones y guías de buenas prácticas se han elaborado en este ámbito, no resulta una cuestión exclusiva de la misma. El estigma, se extiende a características presentes en toda población (como el género, la orientación sexual, la etnia, la discapacidad, la edad, la nacionalidad, entre otros, etc.), que se convierten en estigmatizantes e interactúan entre sí. Este estigma conocido como interseccional, afecta en mayor medida a las personas en las que interactúa más de un eje de vulnerabilidad.
Siguiendo la misma línea, la restricción de derechos se produce desde la globalidad, una de las áreas más afectadas es la de los derechos sociales con todo lo que conlleva respecto al acceso a recursos de tipo social, a servicios públicos e incluso en oportunidades de participación social (FEAFES, 2014).
Por tanto, a través del estigma o autoestigma se promueve una distancia social y/o rechazo hacia determinados colectivos no aceptándoles como vecinos y vecinas, parejas, compañeros y compañeras de trabajo… lo que afecta directamente a los derechos y oportunidades del colectivo funcionando como una barrera en el acceso a una vida social plena y a los diferentes servicios y/o recursos. También se pueden producir conductas de tipo evitativo por parte de las personas estigmatizadas generando repercusiones negativas en la autoestima y la conducta personal y social (López et al., 2008). Por todo ello, la falta de tolerancia y el paternalismo se conforman como patrones de interacción social frente a las personas estigmatizadas, algunas personas toleran su presencia, pero evitan el contacto o actúan de manera sobreprotectora con tendencia a la infantilización (Badallo, García-Arias y Yélamos, 2013).
Como resultado de lo mencionado con anterioridad, las personas en situación de vulnerabilidad que se enfrentan a mayor o menor grado de estigma, durante periodos de tiempo más o menos extensos, ven mermados sus derechos sociales y por ende, su derecho a la participación social.
Por lo que el trabajo del tercer sector social en relación a la participación cobra especial sentido como herramienta específica para generar espacios amigables, adaptados a las necesidades de las personas y de las comunidades, que permitan, que todas las personas ejerzan su derecho a formar parte de la comunidad y que, además, resulte una experiencia gratificante. Por tanto, se podría afirmar que la incorporación de la participación de las personas destinatarias en los procesos de intervención de las organizaciones del TSSE es un factor clave en la desestigmatización de determinados colectivos o perfiles.
¿CON QUÉ EXPERIENCIAS CONTAMOS EN EL TERCER SECTOR SOCIAL?
A continuación, se destacan algunas experiencias del Tercer Sector Social de Euskadi basadas en la participación social de las personas destinatarias y de la comunidad.
Todas ellas comparten un doble objetivo: llevar la voz de las personas que componen las entidades a la comunidad y generar espacios de encuentro que contribuyan al reconocimiento mutuo y a la ruptura de estereotipos y prejuicios hacia determinados colectivos.
- AGIFES: Comité en primera persona y del área de igualdad para las mujeres
- Fundación ARGIA: Activismo antiestigma y club social
- BIZITEGI: Teatro comunitario ALETU, Programa de radio locura feliz y Aurkigune
- Fundación ADSIS y Fundación ASPALDIKO: Proyecto Bestalde
A su vez, en el informe elaborado por el Observatorio Vasco del Tercer Sector Social sobre el Modelo comunitario de atención, se recogen 20 experiencias basadas en el trabajo conjunto con las personas destinatarias y la comunidad.
EL CLUB SOCIAL DE ARGIA COMO ESPACIO DE PARTICIPACIÓN
Tras los ejemplos de experiencias de participación apuntadas en el apartado anterior, en este vamos a profundizar una de esas experiencias participativas que contribuyen a desestigmatizar a las personas destinatarias, la del Club Social de Argia, en este caso a partir del propio testimonio de las personas protagonistas de la experiencia.
El club social, es un espacio destinado al ocio y la participación social basado en una metodología participativa. Se encuentra abierto a unas cincuenta personas y en él, desarrollan su labor dos educadoras sociales, cuya función es la de facilitadoras, apoyando a los y las socias en su proceso de empoderamiento, mientras que el resto de los socios y las socias aportan sus habilidades o simplemente su compañía (Larizgoitia,2015).
Para poder profundizar más en dicha experiencia, se elaboró por parte del Observatorio un guion inicial que se fue contrastando con las personas socias del club en las asambleas para garantizar que el proceso fuese participativo de principio a fin y se abordasen los temas más relevantes. Como resultado, elaboramos un video donde las propias personas socias y las facilitadoras, nos enseñan el espacio, nos cuentan en qué consiste el club social y abordan de forma grupal, a través de su propia experiencia, los principales beneficios de participar en el club, cómo el club ha cambiado su vida y qué barreras y/o dificultades les ha ayudado a superar en todo este tiempo.
Si quieres conocer más sobre esta iniciativa de participación social desde la voz de las propias personas que componen en club social, aquí puedes encontrar el vídeo.
BIBLIOGRAFÍA
Badallo Carbajosa, Adrián, García-Arias, Susana, y Yélamos, Laura. (2013). La situación de estigmatización en el entorno de un recurso de rehabilitación psicosocial. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 33(120), 737-747.
Confederación española de agrupaciones de familiares y personas con enfermedad mental (2014). Aproximación a la patología dual propuestas de intervención en la red FEAFES. Madrid. http://feafesgalicia.org/ img/documentacion/guias/Aproximacionpatologia-dual.pdf; Consultado el 21 de junio de 2018.
Euskadi. Ley 12/2008, de 5 de diciembre, de Servicios Sociales. Disponible en: https://www.euskadi.eus/y22-bopv/es/bopv2/datos/2008/12/s08_0246.pdf
Euskadi. Ley 6/2016, de 12 de mayo, del Tercer Sector Social de Euskadi. Disponible en: https://www.euskadi.eus/bopv2/datos/2016/05/1602096a.pdf
Goffman, E. (2006). Estigma: La identidad deteriorada (L. Guinsberg, Trad.). Buenos Aires: Amorrortu.
Handy, C. B. (1990), Understanding Voluntary Organizations. Penguin Books. London.
Larizgoitia-Jauregi, A. (2015). Club social para personas con discapacidad relativa a la salud mental, espacio para el ocio que posibilita su participación. Rehabilitación psicosocial, 1(12), 25-33.
Livingston, J. D., y Boyd, J. E. (2010). Correlates and consequences of internalized stigma for people living with mental illness: a systematic review and metaanalysis. Social Science & Medicine, 71(12), 2150-216.
López, A., González, A., Ugidos, C., & Zamorano, S. (2023). Guía de buenas prácticas contra el estigma. Valencia: Reproexpres.
López, M., Laviana, M., Fernández, L., López, A., Rodríguez, A. M., y Aparicio, A. (2008). La lucha contra el estigma y la discriminación en salud mental. Una estrategia compleja basada en la información disponible. Revista Asociación Española de Neuropsiquiatría, 18(101), 43-83.
Mora Rosado, S. (2010). Tercer sector, participación y ciudadanía. Documentación social(159), 103-120.
Observatorio Vasco del Tercer Sector Social (2024). Libro Blanco del Tercer Sector Social de Euskadi 2020. Disponible en: https://3seuskadi.eus/wp-content/uploads/LibroBlanco_DEF_2019-2020_es-comp.pdf
Pujol, P. (s.f). La participación dentro y fuera de las entidades del Tercer Sector. Educación social, 30.