Fecha: 08/06/2020
Fuente: Fantova.net
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Nuestros sistemas públicos de servicios sociales, en estos últimos meses, han demostrado, en general, no merecer tal nombre. Además, nuestros pretendidos sistemas públicos de servicios sociales, en general, han mostrado un importante talón de Aquiles en sus prácticas de ingreso residencial (que, en todo caso, hubieran debido ser excepcionales desde hace mucho) y, muy posiblemente, van a mostrar otro crítico punto débil, terrible también, en su cada vez más insostenible e indeseable papel en la tramitación de algunos recursos económicos o materiales para necesidades de subsistencia (alimentación, vestido, suministros del hogar u otras).

Sin embargo, seguramente, nuestra sociedad no actuaría inteligentemente dejando a los servicios sociales terminar de desmembrarse, debilitarse y enquistarse, porque también es cierto que, en dicho ámbito, llevamos tiempo desarrollando prácticas y conocimientos que nos pueden hacer creíbles como proveedoras de cuidados, apoyos e intervenciones dirigidas a proteger y promover, a cuidar y complementar ,las capacidades individuales y comunitarias para la vida autónoma e interdependiente en los domicilios y vecindarios. Y necesitamos y podemos crear, fortalecer, articular y dinamizar una gama de programas que llene de contenido universal todo el agujero negro que hoy tenemos, por decirlo en pocas palabras, entre el hogar individual o familiar autosuficiente y la residencia colectiva al uso.

Quizá esta pandemia nos esté regalando algunas pistas para nuestra reinvención como servicios sociales, para la construcción de unos nuevos servicios sociales, una mezcla de viejas y nuevas ideas y herramientas que quizá empezamos a distinguir con alguna claridad en el torbellino en el que estamos inmersas. Como que lo que seamos algo habrá de tener que ver con nuestros cuerpos limitados y vulnerables que necesitan de otros cuerpos próximos. Como que esa proximidad entre los cuerpos habrá de ser razonablemente distribuida en el territorio. Como que necesitamos derechos individuales y también lazos primarios, vínculos familiares y comunitarios con personas comprometidas con nosotras. Como que necesitamos formar parte de comunidades de sentido con normas legítimas y asumidas. Como que necesitamos la protección de una capa digital de manejo inteligente y ético de nuestra información a nuestro favor. Como que precisamos territorios resilientes y sostenibles en los que vivir vidas económica, relacional y ambientalmente sostenibles. Como que necesitamos economías solidarias, públicas y privadas más equilibradas en sus pesos específicos y en sus capacidades instaladas, también en el sector de los servicios sociales. Como que la perspectiva de género e interseccional debe ser reivindicada y reforzada tras comprobar en la pandemia la acentuación de las inequidades de género (y otras) y el sacrificio de tantas mujeres sosteniendo la vida en los cuidados, en la limpieza, en los supermercados o en la sanidad.

Tendremos que evaluar la magnitud del daño reputacional con el que nuestros servicios sociales van a salir de esta emergencia. Tendremos que construir y comunicar cuál queremos que sea nuestro papel en las estrategias generales que los diferentes niveles de gobierno van a tener que articular. Tendremos, seguramente, que arriesgar, innovar, apostar. Necesitaremos, posiblemente, nuevas complicidades y liderazgos. Nadie lo va a tener fácil en los próximos tiempos. Los servicios sociales tampoco.

(De los párrafos finales de un artículo recientemente publicado en, cuya versión completa en castellano puede descargarse aquí y cuya versión en catalán está aquí.)