Fecha: 03/06/2020
Fuente: Cinco Días
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Estamos ante un cambio de época donde cada agente social tiene su rol para el progreso económico, social y ambiental.

La RSC es compromiso. Un compromiso solidario donde se conjugan sin estorbarse las variables duras y blandas del llamado management con la inexcusable función social de la empresa. Una forma de gestionar la actividad de las organizaciones para mejorar los impactos que generan en sus grupos de interés: dueños, empleados, clientes, proveedores, sociedad o medioambiente. Será responsable la empresa que intente minimizar los impactos negativos de su actividad e implante políticas para mejorar los impactos positivos. No son responsables las organizaciones que transforman el bien común en ambiciones personales, la fuerza en desánimo, el conocimiento en soberbia y las palabras en nada.

Desde hace meses nos preguntamos cuál será el escenario donde trabajará la RSC después de la crisis. La RSC es una forma de gestionar y, en consecuencia, muta en función de los actores, las circunstancias, los riesgos y el entorno. Como explicó Adela Cortina (El País, 2005), la RSC hay que entenderla como una herramienta de gestión, como una medida de prudencia que involucra a todos los niveles de la empresa y, por último, como una exigencia de justicia porque, en el fondo, estamos hablando de la ética en el mundo de la empresa y las organizaciones.

A nuestro juicio, la pandemia ha cambiado abruptamente las reglas de juego con las que la partida económica, social y medioambiental se jugará en el pos-Covid.

1. RSC, sí. La RSC tiene más sentido que nunca. Los años 60 del pasado siglo presenciaron el primer debate en torno al papel que las empresas deben jugar en el desarrollo económico-social. Los más liberales limitaban sus deberes al pago de (pocos) impuestos y otros, como Carroll, apostaban por un papel activo de las empresas en la solución de problemas sociales. Hemos aprendido la imposibilidad de afrontar la crisis del Covid-19 sin la participación y, en algunos casos, el ejemplar compromiso de las empresas, la ciudadanía, las Administraciones públicas y el tercer sector. El debate se agota: las políticas de RSC de las empresas son necesarias y nos benefician.

2. RSC 360. Según el modelo de Mitchell Agle y Wood, las empresas priorizan las demandas de cada uno los grupos de interés dependiendo del sector y de criterios de legitimidad, urgencia o poder que tiene cada grupo. Unas empresas están más preocupadas por los intereses de sus accionistas; otras, de sus empleados, medioambiente, clientes, proveedores o de la sociedad. El Covid-19 ha hecho crecer las demandas de todos los grupos de interés, sin excepción, porque las necesidades son ahora universales y la afectación es global, y ha despertado los reflejos de las empresas obligándolas a dar una respuesta rápida, y en ocasiones modélica, ante situaciones desconocidas. Las nuevas y futuras necesidades provocarán una ampliación del perímetro de diálogo y actuación de las empresas en temas de RSC, que deberán tener en cuenta a todos los grupos de interés, no con la misma prioridad, pero sí con la misma atención.

3. Somos humanos y frágiles, pero también iguales. Todos iguales, y todos descendientes de los sapiens, que se impusieron a los neandertales porque supieron actuar colectivamente, en grupo, y movidos por intereses comunes. Nos hemos dado cuenta con la pandemia de que todos somos personas frágiles, vulnerables y necesitadas. En los últimos decenios los seres humanos nos perdimos el respeto a nosotros mismos y nos olvidamos de cumplir nuestros compromisos, una exigencia que siempre va unida al deber y al derecho del hombre de ser responsable (Faulkner), a la necesidad de ser responsables si queremos permanecer libres. Nuestro primer desafío son las personas y el medioambiente, porque la mejor forma de atentar contra las personas es alterar su ecosistema. Dotemos a la naturaleza de derechos porque solo así protegeremos a las personas. No olvidemos que a la salida del Covid-19 nos espera el reto de superar la recesión económica y, al final, todos los caminos nos llevan al cambio climático. La pandemia, que nos igualó en la enfermedad, debe mutualizarnos también en la salud.

4. Quién ha robado mi queso. La geopolítica necesita reglas, instituciones y líderes serios. China quiere comprar espacio político y lleva 20 años colonizando Occidente siguiendo una planificada y silenciosa estrategia de penetración comercial. Primero, a través de productos subvencionados, baratos y de escasa calidad; después, con la distribución; ahora con la digitalización y de forma permanente desde los mercados de capitales. Es la única economía que piensa a largo plazo, mientras nosotros nos planteamos de una semana a otra qué hacemos con la reforma educativa, laboral o fiscal. Seguramente el momento idóneo para reaccionar a esta invasión es ahora. Hay que aprovechar el parón de estos meses para reindustrializar el país y proporcionar músculo a la tecnología de última generación. La clave, una vez más, es invertir en investigación y transferencia, convenciendo al consumidor de la necesidad de apoyar al tejido productivo y al comercio nacional. La RSC tiene un papel fundamental en las relaciones B2B y en la ayuda para tejer redes locales, promover la innovación e invertir en investigación y desarrollo, contando decididamente con las universidades públicas. Ese es el futuro porque liderar es también educar.

5. Necesitamos lo público. Un nuevo escenario para un concepto universal, lo público y el bien común, ahora asociados a la RSC. Hemos necesitado el bofetón de un virus desconocido para buscar desesperadamente a los médicos y al personal sanitario; a los hospitales públicos, ejército, fuerzas de seguridad y a las universidades y centros de investigación. En los momentos difíciles apelamos a lo público. Necesitamos la colaboración de las empresas con las universidades en un ámbito clave, la investigación, que va más allá de la formación y, a la larga, tiene un mayor impacto en la sociedad. Solo así podremos progresar y posicionarnos como una sociedad del conocimiento y una economía de vanguardia.

No es una época de cambios, sino un cambio de época, un momento vierteaguas de la historia. Todos los agentes sociales y la ciudadanía tienen su propio rol para alcanzar el progreso económico, social y medioambiental inspirándose –más que nunca– en la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El nuevo escenario marca un formato distinto para afrontar el cambio de época, pero la RSC, basada en el cumplimiento de la ley, la transparencia, el comportamiento ético, el dialogo, el compromiso y las alianzas, seguirá siendo el modelo de gestión que nos devuelva la esperanza. La mejor forma de contribuir al cambio, decía Sábato, es no resignarse.